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La experiencia de vivir una boda en Zagora, Marruecos

Última actualización: 08-10-2020

Este es el relato de mi experiencia haciendo rutas por Marruecos, siendo un día diferente, en el cual debíamos de salir de Marrakech para ir a una boda en Zagora.

Era la boda de un amigo, se casaba por segunda vez. Su primer matrimonio le había durado exactamente un mes, y un día como el que es hoy, debíamos ir a buscar a su segunda esposa y a la familia de esta, en la ciudad de Zagora.

No era una boda convencional por ser su segundo matrimonio, pero allá iba yo, extranjera, lista para disfrutar de un gran día, a la espera de vivir algo nuevo y diferente para relatar.

Y…vaya que, si lo viví. Lo viví, intensamente.

Salimos de Marrakech a las 5:00 de la mañana, tres vehículos 4x4, en dirección a Ouarzazate, ciudad en donde el novio vivía, y en dónde debíamos llevar a la novia.

Llegamos a las 9:00 de la mañana, justo cuando los rayos del sol empezaban a caldear el ambiente, y fuimos donde se encontraba el novio, el cual, nos recibió en su casa acompañado por dos varones más, que al parecer eran sus primos. Nos ofrecieron, como no, té con menta y unas pastas, y nos sentamos en el suelo, al confort de una gruesa alfombra, mientras mi marido y los demás hombres, charlaban animadamente.  

Bastante rato estuvimos así, hasta que después de tres horas, se pusieron en pie y dijeron que nos íbamos a Zagora.

¡Venga, pensé, ya era hora!

Cruzamos el puerto de montaña de Aït Saoun para llegar a Agdz, recorrimos el valle del Draa, y ya entrada la tarde, llegábamos a Zagora.

Pero… una vez allí, por lo visto, la novia no estaba preparada, y debíamos esperarnos un buen rato más.

El buen rato más, fueron 3 pesadas horas.

La tan esperada hora de recoger a la novia en Zagora, para llevarla junto a su novio en Ouarzazate

Nada más llegar, detectamos con rapidez cuál era la casa de la novia, ya que había un gran número de personas en la puerta.

Nuestros coches llegaron pitando sus bocinas fuertemente, para demostrar a cualquiera que pasara por nuestro lado, que era un día de júbilo y felicidad, ya que había boda, y… nosotros, éramos los que llevábamos a la novia con su “amado”.

Al entrar en la casa, mi marido me dijo que yo debía ir con las mujeres, por lo que él, en ese momento, debía separarse de mí para ir con los hombres a tomar un té, y a mí, me señalaron la estancia a la que debía entrar.  

Cuando entré, saludé a todas las mujeres, con un tímido “salam aleikum” pero me quedé petrificada al ver a la novia cubierta con un trozo de tela blanca que la tapaba al completo, sin exponer a mí vista absolutamente nada de ella. No se oían risas, ni carcajadas, ni se intuía una sonrisa, todas aquellas mujeres, parecían haber entrado en trance, lloraban y lloraban, como si de un velatorio se tratara.

Sinceramente, flipé, me quedé petrificada, y mi reacción fue salir de allí rápidamente, busqué la estancia de los varones y a lo lejos vi a mi marido, le indiqué con un corte de mangas, que yo salía de ahí.

Bajé las escaleras alucinando de algunas de las costumbres y tradiciones de Marruecos.

No sabía qué acababa de presenciar. ¿Una boda, o un entierro?  En Marruecos, muchos de los matrimonios son amañados.

Decidí esperar en la calle, intentando mantenerme al margen de todo aquello, pero claro…una extranjera no pasa demasiado inadvertido, y durante un buen rato, fui el centro de atención de mayores y pequeños.

Después esperé a que cargaran los coches, con los regalos de la novia, la mayoría eran grandes bultos y muchas mantas de cama, ya que, suele ser el obsequio más común entre las novias de Marruecos.

Las miradas de recelo que me clavaron todas las mujeres en esa boda en Zagora no fueron pocas, pero mi venganza fue silenciosa e involuntaria, pero no por ello, gratificante, ya que no sabéis lo que disfruté al cruzar de nuevo el puerto de montaña de Aït Saoun, y ver como vomitaban todas ellas. (Afortunadamente no iban en nuestro coche).

Llegamos a Ouarzazate y dejamos a la novia en una casa donde la esperaba el novio, y nosotros, nos fuimos invitados a cenar.

Yo, cené con los hombres, ya no vi más a las mujeres.  

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